Y me mostró las montañas: el suelo entre ellas era de fuego ardiente y llameaba por las noches.
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Fui hacia allá y vi siete montañas magníficas, diferentes entre sí y de piedras preciosas y hermosas y todas eran espléndidas, de apariencia gloriosa y bello aspecto: tres por el oriente, apoyadas una contra la otra; y tres por el sur, una bajo la otra; y vi cañadas profundas y sinuosas, ninguna de las cuales se unía a las demás.
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La séptima montaña estaba en medio de todas, superándolas en altura a la manera de un trono, rodeada por árboles aromáticos,
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entre los cuales había un árbol cuyo perfume yo no había olido nunca y no había perfume similar entre estos ni entre los demás árboles: exhala una fragancia superior a cualquiera y sus hojas, flores y madera no se secan nunca, su fruto es hermoso y se parece a los dátiles de las palmas.
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Entonces dije: ""¿Qué árbol tan hermoso! Es bello a la vista, su follaje gracioso y su fruto tiene un aspecto muy agradable".
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Entonces, Miguel el Vigilante y santo, que estaba conmigo y que estaba encargado de esos árboles, me contestó.
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